jueves, 31 de agosto de 2017

Nuevas crónicas, número 45, parte 1

Nuevas crónicas, número 45 y final
PARTE UNO. (Hasta subir al avión)
¿Cómo describir este momento?
Todos ustedes o son hijos o son padres. Imagínense entonces lo duro que es la separación.
Seguro que de una u otra manera lo han vivido. No descubro nada ni soy ejemplo de nada. Solo trato de relatar algo que me sale del alma.
Como dos meses atrás expliqué que estas crónicas solo buscaban dejarlos -humildemente- un poco mejor que antes de leerlas, sacarles una sonrisa o sorprenderlos con mi mirada de las cosas, casi como ese axioma de la Madre Teresa que me encanta, que sugiere que parte de la felicidad consiste en tratar que quien se va de nuestra presencia, lo haga mejor que cuando llegó.
El año pasado ya habíamos estado acá. Fue un viaje donde la sorpresa opacó la razón. Todo lo nuevo impidió muchos análisis.
Este viaje fue totalmente diferente: diez días antes de embarcar sufrí un infarto, absolutamente inesperado, sin síntomas ni avisos.
Y me sacudió de lo lindo. Replanteo de cosas que eran boludas y uno convertía en importantes, y de importantes que uno dejaba de lado.
Y ahí apareció, a mi lado, en Montevideo, mi hijo Sebastián, casi tan asustado como yo. Con esa cara de "¿este señor con tubitos y mangueritas en un quirófano es mi papá?" que nunca le había visto antes. Pedazo de regalito le hice.
Y gran regalazo me dio él. Valió el infarto, y lo digo recontra en serio.
Y todo lo que me llegó de Wendy. Sus sustos, sus incógnitas, sus oraciones. Todo me llegó. ¡Vaya si valió el infarto!
Y así, medio en recuperación y con siete pastillas diarias y mucho dolor de espalda y pies, terco como mula y como vasco que el apellido certifica, así, llegamos a Eeuu.
Y las crónicas que fueron mucho más salidas del corazón de alguien que le agradece al universo no perder la capacidad de asombro. De seguir siendo un chico que se maravilla hasta con un abrelata.
Y me sorprendo a mi mismo diciendo obviedades como "¡Cuanta gente hay en el mundo!" al tiempo que pienso en cuantos tienen sus vidas tan parecidas y tan distintas. Y miraba la gente en una detención de un semáforo de una avenida de 6 carriles y pienso en cada uno, com sus problemas, sus obligaciones, sus alegrías y hasta sus dolores de muelas.
Y se mezcla la puta política, decidiendo tantas veces como el culo sobre la vida de tantos inocentes que lo único que quieren es simplemente tener un pasar tranquilo.
Perdón por el barullo de los pensamientos, pero ya a punto de embarcar, hacia Panamá primero y nueve horas después a Montevideo, trato de dejar de llorar por cómo ya extraño a este sol que es Nicolás.
Y trato de hilvanar ideas: nunca fui pro yanqui, pero tampoco los odié. Ahora conociendo a su gente, más me doy cuenta que somos todos iguales. Que aman y sienten exactamente igual. Y hay buenos y malos, como hay gordos y flacos en todos lados.
Y si saco a valorar muchas cosas que me han hecho la vida más feliz: la confianza por el otro, el respeto en las calles, los ritmos de los negocios, la solidaridad...
Obvio que no todas son rosas. Hay cosas que no van con nosotros. Pero son las menos. La amistad de una cerveza o salir a caminar es escasa. Los hijos cuando se van, casi nunca vuelven, me decía una madre. El sentido de familia es más frágil.
Dejo esto ahora acá, esta primera parte. Me embarco.
Sigo después.
Dejen comentarios...sino lloro como cuando dejé a mi hijo...
FIN PARTE UNO


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